A principios de este mes estrenamos We Become One, un largometraje que explora el poder atemporal de las experiencias musicales compartidas. Kikelomo Oludemi, DJ, productora y curadora, viajó a seis países para conocer a expertos y figuras de la industria en un intento por responder algunas de las preguntas más profundas sobre la música. Entre muchas otras ideas fascinantes, Kike descubre por qué exactamente las personas conectan tan profundamente a través de la música, y cómo el cerebro humano utiliza el sonido para crear euforia, reducir el estrés y crear un «lenguaje» universal.
Con We Become One, de poco más de 60 minutos de duración, queríamos profundizar en algunas de las ideas clave de la película en un formato breve.
La música como herramienta para la conexión humana y el vínculo social
¿Por qué la música nos hace sentir tan bien cuando la compartimos con los demás? We Become One comienza con una premisa poderosa: que la música es una de las mejores herramientas que tenemos para construir la conexión humana. Desde el momento en que los humanos empezaron a hacer sonidos, los hemos utilizado no solo para expresarnos, sino para crear un significado compartido y fortalecer los lazos sociales.
Según el neurocientífico y autor de best-sellers Daniel Levitin, la música aprovecha mecanismos antiguos diseñados para ayudarnos a sentirnos conectados. «Cantar juntos libera una sustancia química cerebral llamada oxitocina», explicó, «que ayuda a sentirte unido y parte de algo más grande que tú». Así que esto no es solo una idea poética, sino una verdad biológica. Cuando cantamos o bailamos al unísono con otros, nuestros cerebros y cuerpos responden creando sentimientos de cercanía, empatía y confianza.
Esto queda especialmente claro en la pista de baile, donde el movimiento y el ritmo crean una comunidad instantánea, incluso entre desconocidos. La neurocientífica Julia Basso describió cómo el baile en grupo ilumina «toda la red social de áreas cerebrales», creando una especie de chat grupal neurológico que nos acerca. No es solo que la música nos haga sentir bien; nos hace sentir bien juntos.
«La comunidad lo es todo», dijo la leyenda de Detroit Moodymann. «Sabes, me hizo ser quien soy… Es universal. Todo el mundo reconoce un buen ritmo cuando lo oye, ¿sabes? No hace falta tener estudios. No hace falta ser negro, amarillo. No hace falta ser tonto o inteligente. Cualquiera puede seguir un ritmo».
Desde raves clandestinas en Berlín hasta fiestas callejeras en Accra, las experiencias musicales compartidas crean vínculos más allá de las barreras sociales, políticas y culturales. En palabras del autor Jamie Wheal, «Somos parientes al menos mientras suene la música». Ese parentesco es una de las razones por las que las pistas de baile pueden resultar tan significativas y transformadoras.